domingo, 16 de noviembre de 2014

UNA RUTA INOLVIDABLE : EL SANTO GRIAL EN ARAGON.


Introducción.

En esta ruta vamos a conocer algunos de los monumentos que más se identifican con el concepto que todos tenemos en la cabeza de lo que debió ser la Edad Media: Monasterio viejo de S.Juan de la Peña, castillos inexpugnables, monasterios perdidos entre montañas y reliquias de poderes sobrenaturales que seducían a los peregrinos de toda la Cristiandad. Son conjuntos además, de un encanto especial por los parajes en los que se ubican en las sierras del Prepirineo, de una belleza que durante muchos años, ha quedado a la sombra de otros destinos más populares y promocionados como Ordesa o la Vall d'Aran. Y sin embargo estas montañas ariscas encierran algunos lugares de una belleza pura y adusta, que llega al alma del viajero con mucha intensidad, quizá porque permite admirar la inmensa llanura aragonesa en toda su dimensión y permite recordar la árdua aventura de la reconquista cristiana que comenzó por estas intrincadas montañas.





El Castillo de Loarre: Reino de los Cielos en tierras de Huesca


Nuestro primer destino es el castillo de Loarre, considerada la mejor fortaleza románica de toda Europa. Desde Huesca, la carretera se diCastillo de Loarrerige hacia la sierra que alberga el castillo con aire distraído, de forma paralela a las formaciones montañosas, hasta que decide acometer la subida de forma directa, y entre grandes cuestas. Desde lejos, Loarre se confunde con las montañas que lo rodean y cuesta fijarse en sus contornos; poco a poco, vamos distinguiendo la forma semicircular del ábside de su iglesia, y su formidable posición estratégica. Tiene su origen en el siglo X, aunque lo que vemos actualmente es fruto de la obra de Sancho Ramírez, que hacia el 1070 conquista definitivamente la fortaleza.

Este monarca tuvo la feliz idea de construir una capilla real como centro de un monasterio regido por la orden agustina. La integración entre el aspecto defensivo y el monacal de todo el conjunto es un auténtico prodigio, pues resulta difícil establecer una diferenciación entre ambos ámbitos en este edificio. En el exterior se han conservado algunas catapultas y parte del material utilizado por la producción "El Reino de los Cielos", que rodó aquí algunas de las escenas del comienzo de la película; la fama de Loarre en Hollywood es bastante conocida, y es habitual su presencia en muchas otras producciones de corte épico o medieval. En el mismo pueblo, situado más abajo, le podrán contar interesantes historias sobre el paso de famosos actores por estas tierras, con anécdotas que sirven para ilustrar recuerdos eternos. El recinto se encuentra rodeado de una muralla del siglo XIII que contribuía a dificultar el acceso a la roca, el núPortada de Loarrecleo más antiguo. La entrada principal se sitúa al sur, y consta de una puerta enmarcada en un arco de medio punto; fíjese en los capiteles de ambos lados, representando a un par de personajes y un grupo de monos, son de los mejores que pueden verse en Aragón. Sorprende al visitante tal refinamiento artístico en una construcción dirigida a la defensa, pero no debemos olvidar que esta entrada era la vía principal de acceso a las dos iglesias.

Al otro lado de la puerta, se abre una escalera muy empinada que sirve de distribuidor. Lo más interesante es la diferente altura de los escalones del centro y de los laterales, y que hasta hoy no ha encontrado una explicación clara; hacia la mitad de la escalera una puerta a mano derecha permite acceder a la iglesia baja o cripta. La oscuridad reinante, sólo tamizada por la escasa luz que se filtra a través de sus inmensos muros, produce una impresión de antigüedad y misticismo, auténticamente románica. Desde esta cripta, una pequeña oquedad da paso a una escalera de caracol que sube hasta la iglesia de San Pedro, o iglesia alta. La sensación de armonía y belleza que desprende es difícilmente olvidable; una preciosa arquería ciega recorre el ábside, sin más ornamentos que los relieves de sus capiteles, y la imposta que recorre todo el conjunto. Sorprende la considerable altura del templo, teniendo en cuenta que esta gran cantidad de piedra reposa a su vez en la cripta que acabamos de ver. Las ventanas se sitúan por tanto en una posición elevada que otorga una interesante luminosidad al interior que hará las delicias de los fotógrafos. En uno de los lados del ábside, emerge de forma poderosa la roca que cimenta Loarre, como si reivindicase Torre del Homenajeque ella también forma parte de esta fortaleza. Los capiteles que decoran las columnas tienen evidentes influencias orientales e islámicas, con finos entrelazos y palmetas, que se entremezclan con temática historiada. Pero lo más sobresaliente es la cúpula, de anillos concéntricos, que denota una maestría única en la Europa en el siglo XI. Saliendo de la iglesia, y subiendo de nuevo por la escalera central accedemos a la parte alta del castillo, organizado en torno al patio de armas, presidido por la torre del homenaje. Merece la pena ascender por su tortuosa escalera de ronda, hasta alcanzar su parte alta, desde la que se domina un paisaje sobrecogedor; desde esta altura, es imposible no sentirse un señor feudal, orgulloso de dominar tierras, campiñas, aldeas y praderas a simple vista en toda la hoya de Huesca. Se han conservado además diversas estancias palaciegas de la misma época, como la torre de la reina, donde los turistas quedan perplejos ante la existencia de un agujero excavado en los diferentes pisos, que hacía las veces de conducto para el retrete real. Pasadizos y galerías conforman un auténtico laberinto, perfectamente diseñado para frustrar cualquier intento de asedio del corazón del castillo, y que conforma el marco perfecto para dar rienda suelta a la imaginación. Cuando el atardecer ilumina sus muros, Loarre parece verdaderamente un centinela de piedra dorada, que todavía hoy sigue manteniendo las distancias con el enemigo musulmán, del que les separaba apenas unos kilómetros.




Los Mallos de Riglos y el Maestro de Agüero


Abandonamos Loarre descendiendo de nuevo a la hoya de Huesca, y alcanzando el valle del río Gállego hacia el este, un oasis de feracidad entorno al cual se disponen algunos pueblos cargados de historia. Uno de los más impactantes, es Riglos, minúscula aldea que aparece empequeñecida ante la enorme magnitud de sus célebres mallos. Cualquiera que los vea de lejos por primera vez, siempre se pregunta si Santa Cruz de la Serós realmente estamos ante una obra de la naturaleza o es un capricho de algún magnate para promocionar un nuevo parque temático de la escalada. Se trata de un conjunto de escarpes calizos de enorme altura, totalmente verticales, que caen a plomo sobre el curso del río. La piedra aparece perfectamente pulimentada por la acción de la erosión, y el paisaje se podría definir como una especie de panes de leche arrimados los unos con los otros. Desde todas partes vienen los amantes del vértigo para escalar estas paredes, consideradas de alta dificultad.





Es obligado disfrutar de la estampa en días soleados y al atardecer, cuando la roca parece incendiarse literalmente como un hierro incandescente y desprende un color inolvidable. Un poco más arriba del río, pero hacia el otro lado, se encuentra Agüero, dominado por un paisaje similar y menos conocido, que parece encerrar el pueblo en un pequeño anfiteatro rocoso. Visita obligada es la iglesia de Santiago, situada en lo alto de un monte que domina el pueblo; para llegar hasta ella hay que tomar un estrecho camino que con lluvias recientes puede convertirse en un lamentable barrizal. En cualquier caso no se atreva a pasar de largo, el maestro que trabajo en tímpanos y capiteles es el mismo que el de San Juan de la Peña, y aquí empieza a dejar evidencias de su inmenso talento y calidad: por poner un ejemplo, el capitel de la bailarina y el músico arpista, es una auténtica joya del románico español. Observe que son dos los capiteles dedicados a este motivo en la portada meridional, describiendo dos instantes diferentes de una escena que parece desarrollarse como un cómic; en primer lugar la danzarina espera la nota inicial de los músicos, mientras que a continuación se muestra la danza en plena ejecución. Por último el tímpano central nos muestra una Epifanía o Adoración de los Magos en el comenzaremos a ver la mano de un genio, de talento y estilo inconfundibles; observe el hieratismo de sus figuras y al mismo tiempo la sensación de cercanía y expresividad que siguen transmitiendo más de ocho siglos después.

Santa Cruz de la Serós: La gran torre


Continuamos nuestro camino hacia el norte, y alcanzamos por fin, la canal de Berdún, un valle transversal que permite diferenciar el Pirineo Axial, o principal, del resto de sierras prepirenáicas que estamos recorriendo. Esta ha sido desde siempre una vía tradicional de comunicación, y en la Edad Media, fue aprovechada por el camino de Santiago que venía desde Somport y Jaca, antes de alcanzar tierras navarras, lo que constituyó un importante factor para el desarrollo de la vida comercial y económica de primer orden en toda la zona. Naturalmente esto fue aprovechado también para el desarrollo de una intensa labor religiosa y evangelizadora, fruto de lo cual son las magníficas iglesias románicas que han llegado hasta nosotros. Santa Cruz de la Serós, la Serós es un pequeño pueblo, que conserva dos magníficas muestras de ello; una de ellas salta a la vista nada más entrar, por su gallarda y reconocible torre, se trata de la iglesia de Santa María, testigo de lo que fue un antiguo cenobio de una orden femenina benedictina.



Hoy solamente se conserva la iglesia de aquel primitivo cenobio, construido en el siglo XI por orden del rey Ramiro I. De esta fundación deriva el nombre del pueblo, pues Serós parece ser una corrupción de Sorores, o "hermanas". El exterior es una gran armonía, siendo lo más interesante su portada occidental, donde puede verse un crismón o símbolo de la divinidad cristiana idéntico al de la catedral de Jaca, y una magnífica muestra de canecillos de la más variada temática. En el interior, es imposible marcharse sin tomar la escalera que asciende a la torre, aunque sólo sea para admirar las maravillosas vistas que nos depara. Desde esta atalaya, se comprende mejor la integración del Románico con el paisaje, esa comunión que se consigue en este arte como en ningún otro del mundo. El caserío de Santa Cruz es muy pequeño, y parece protegido por las sierras de la Peña, que con sus curiosas formas, parecen rivalizar entre ellas. En esta iglesia debemos comprar las entradas para el monasterio de San Juan de la Peña, pero antes de prepararnos para su visita, conviene no olvidar el otro templo de Santa Cruz, dedicado a San Caprasio, una humilde pero acogedora iglesia de estilo románico lombardo. El estilo lombardo es una variante del Románico que tiene su origen en la región de la Lombardía italiana, y encontró en los Pirineos una nueva fuente de inspiraciones donde plasmar algunas de sus mejores obras; las iglesias lombardas son inconfundibles, especialmente por su ausencia de decoración escultórica, y por los arquillos ciegos que decoran el tejaroz o cornisa. Todo en San Caprasio desprende armonía y espiritualidad, y sus pequeñas dimensiones, no hacen sino acrecentar una sensación de recogimiento que difícilmente conseguiremos en una gran catedral.

San Juan de la Peña: La Caverna del Grial


Es hora de coger de nuevo el coche para dejarse llevar por la gran atracción de la ruta, el monasterio de San Juan de la Peña, uno de los símbolos monumentales de Aragón, que atrae cada año a miles de visitantes. La carretera no para de ascClaustro de S. Juan de la Peñaender desde Santa Cruz, a través de un paisaje que poco a poco se adentra en un bonito pinar, que deja luego su paso a un bosque de robles, encinas y hayas auténticamente mágico, que transporta en pocos minutos al visitante a un escenario natural encantador y retirado. A los diez kilómetros, al poco de doblar una curva aparece ante nuestra atenta mirada la postal mil veces retratada del monasterio viejo, acurrucado bajo una inmensa roca calcárea, de color rojizo, que más parece hecha de cartón piedra que realizada por la naturaleza. Aquí más que nunca el entorno fue el principio y origen primario de la fundación del cenobio, este paraje perdido fue escogido por unos pocos anacoretas para reunirse y crear el primer monasterio de San Juan Bautista del Monte Pano en el siglo IX. Estamos en pleno periodo mozárabe, cuando Aragón daba sus primeros pasos avanzando desde estas montañas para hacer frente al dominio del Islam.




Luego pasaría a manos de la orden de Cluny, levantándose la fábrica románica que domina la mayor parte del conjunto, siempre bajo la protección real. Por desgracia, o por fortuna según se mire, en época alta nos vemos obligado a continuar con nuestro vehículo sin deternernos hasta llegar, un kilómetro y medio más arriba a la explanada del nuevo monasterio. Desde aquí podremos coger un autobús turístico incluido en la entrada, que nos dejara en el viejo monasterio en 5 minutos, y listos para iniciar la visita.

San Juan de la Peña posee varios elementos artísticos que sirven como testigos de los diferentes estilos que por él han pasado. La iglesia baja, verdaderamente excavada bajo la montaña, es de claro arte mozárabe; lo más interesante en la penumbra reinante en todo el conjunto, lo que unido a los arcos de herradura y el techo bajo, genera una sensación de arcaísmo brutal. Parece como si en cualquier momento, fuéramos a ver a Sean Connery y a Cristian Slater persiguiendo a un monje asesino como en "El Nombre de la Rosa". En esta iglesia baja, lo más valioso son las pinturas románicas que decoran los ábsides, frescos pintados sobre la propia piedra, con escenas de la Crucifixión y del martirio de San Cosme y San Damián. En la parte alta, llegaremos hasta el panteón real, donde se conservan los sepulcros de los primeros reyes aragoneses que eligieron este enclave para reposar eternamente; incluso dice una leyenda que la esposa del Cid Campeador, Jimena, esta enterrada en una de las tumbas. Desde este panteón se accede a la iglesia alta, plenamente románica, de tres ábsides bajo la roca y de una gran belleza; eso si, hasta el más neófito en la materia se dará cuenta de la disonancia que genera la capilla construida en el siglo XVIII para acoger los restos de los primeros condes, trasladados desde el panteón. Una de las obras más ignominiosas que se pueden recordar junto a una construcción románica. Por contra la iglesia es una demostración de autenticidad, y sirve de marco grandioso, para la joya que alberga, el Santo Grial, la copa que utilizó Jesucristo para oficiar la última cena. En la actualidad la reliquia se conserva en la catedral de Valencia, pero aquí se guarda una réplica como recuerdo de su paso por San Juan de la Peña, donde estuvo custodiada de la cercana morisma. La verdad es que cuesta encontrar un lugar mejor para guardar un objeto de tanta importancia simbólica. Desde la iglesia salimos por una puerta mozárabe al claustro, uno de los más bellos de toda Europa, verdadera filigrana en piedra. Es muy difícil encontrarse sólo en este lugar, pero intente buscar el momento para llevarse consigo algo de la magia que es capaz de ejercer en el visitante, al igual que lo hacía con los monjes que lo vieron construir. 

Sus capiteles, obra del maestro que ya vimos en Agüero, tienen un estilo inconfundible, con sus figuras de ojos grandes y penetrantes, sus ropajes marcados y sus pliegues concéntricos. Pasear con la mirada por todos ellos exige seguir un orden, pues su temática historiada sigue al pie de la letra algunos de los más importantes pasajes del Génesis y de la vida de Jesús: si pudiéramos elegir algún precedente del comic moderno, este sería uno de los más evidentes que podríamos encontrar. Los monjes encontraban aquí la mejor forma de inspirarse para vivir una vida de retiro y dedicación a Dios. Curiosamente, este claustro nunca tuvo techumbre, sino que contaba únicamente con la protección de la roca como tejado; esto generaba peligros evidentes en el continuo deslizamiento de piedras que caían desde lo alto, lo que fue causa de la muerte de muchos de ellos. Afortunadamente el visitante ve con cierta tranquilidad y alivio como se ha instalado una red protectora que evita los desconchamientos y los posibles desplomes.

Finalizamos nuestra visita regresando al aparcamiento del monte Pano, donde hemos dejado el coche. Antes de terminar la ruta, es obligado conocer el monasterio nuevo, aunque sólo sea por ver un buen audiovisual que nos ayudará a comprender lo que hemos visto, y a cerrar la boca por un momento para tratar de racionalizar nuestro asombro. Pero si de puntos finales hablamos, lo ideal es animarse a pasear un rato hasta el balcón del Pirineos, un mirador extraordinario al que se llega por un sombrío bosque de hayas y otras especies en apenas 5 minutos, y desde el que se admira casi todo el Pirineo central; varios paneles explicativos, enseñan de forma didáctica a reconocer las principales cumbres, y de paso muestran las diferentes especies botánicas que podemos encontrar en la cordillera. Ver las montañas desde aquí, con sus cimas nevadas la mayor parte del año, nos hace entender lo que sintieron los hombres que eligieron este enclave para vivir y soñar con una vida más pura y espiritual, en perfecta unión con la naturaleza de la que tantas cosas tenemos que aprender....


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